viernes, 8 de enero de 2010

HELIOPOLIS






“-Tengo que hablaros -comenzó el general- de cambios que estoy observando, con inquietud, desde hace tiempo. Pienso a menudo en las inclinaciones metafísicas que nacen día a día en vosotros mismos y en otros miembros del Estado Mayor. Yo no tendría nada que objetar si fuéramos a fundar una orden monástica; pero no es ésa mi intención. Voy a comunicaros mi punto de vista sobra la situación.

Apartó ligeramente el centro de mesa, que le impedía ver a Lucio, y continuó:
-Vivimos en un estado de cosas en que los antiguos lazos se han perdido hace tiempo; para ser breves: en un estado de anarquía. Nadie duda de que tal estado exige cambios. Por el contrario, las diferencias se refieren sólo a los medios de llegar a una nueva estabilidad. Dejando aparte a los mauritanos, que están elaborando un arte de prosperar en y por la anarquía, nos quedan dos grandes escuelas; una que quiere regular la vida sobre lo inferior y otra que pretende regularla sobre lo superior.
La primera, que se reúne en Heliópolis, en torno al Baile y a su oficina central, se apoya sobre las ruinas y las hipótesis de los antiguos partidos populares y pretende asegurar el predominio de una burocracia y absolutista. La doctrina es sencilla: ve en el hombre un ser zoológico y considera la técnica como el único medio de dar forma y poder a este ente, y al mismo tiempo le mantiene de la brida.

Se trata de un instinto elevado sobre el plano de lo racional. Por consiguiente tiene como fin la formación de confortables colonias de terminas inteligentes. La doctrina está bien fundamentada, tanto en lo elemental como en lo racional, y ahí reside precisamente la fuerza de que alardea.

La segunda escuela es la nuestra: edificada sobre las ruinas de la antigua aristocracia y del partido senatorial, está representada por el Procónsul y la Corte. El Baile pretende elevar un ser colectivo al rango de Estado, prescindiendo de su historia. Nosotros tendemos a un orden histórico: queremos la libertad del hombre, de su ser, de su espíritu y de lo que posee, y un Estado en la medida en que se reclame una protección para estos bienes. De ahí la diferencia entre nuestros métodos y los del Baile. Él está obligado a nivelar, atomizar, rebajar su material humano, en cuyo seno debe reinar un orden abstracto. Entre nosotros, por el contrario, es el hombre el que debe ser el dueño. El Baile tiende a la perfección de la técnica; nosotros, a la del hombre.

A continuación viene una diferencia en la selección. El Baile prefiere la superioridad técnica; pero la búsqueda de especialistas produce necesariamente tipos atrofiados. Esto no es únicamente un mal necesario, sino una exigenci a de principio, ya que su orden debe estar asentado sobre un aniquilamiento de lo humano. Así, pues, entre dos candidatos de igual grado, él elegirá como más idóneo aquel que presente menos resistencia humana al empuje de la técnica. Podemos demostrarlo prácticamente al encontrar en sus servicios un conjunto de autómatas y de criminales declarados.

Por el contrario, nuestra ambición es forjar una élite nueva. Esta tarea es incomparablemente más difícil, pues remamos contra corriente. En cierto modo, si queremos ganar terreno sobre las aguas, estamos obligados a dar nuestros pasos con lenta seguridad, afincando uno tras otro. Mientras resulte muy fácil una nivelación de los hombres, nuestro propósito debe ser buscar la imagen perfecta del hombre, que no se muestra a nuestros ojos sino en raras ocasiones y, cuando más bajo una imagen aproximada. En esto el Procónsul es para nosotros un modelo de virtudes excelentes, justas y vigorosas. En él no sólo subsisten intactos los principios aristocráticos, sino también los democráticos. Mirad que en su decadencia la democracia no vive en el pueblo, sino que reside, en forma de gérmenes latentes, en el individuo. A veces se presentan situaciones en que es necesario coaccionar al pueblo para que los salve. El espíritu lúcido obra entonces como su tutor.

Sabemos que el Procónsul quiere tomar esta carga sobre sus hombros. Para ello busca rodearse de los mejores: del Senado del porvenir. ”

Extracto de Heliopolis de Ernst Junger


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