martes, 8 de octubre de 2013

Primitivismo


"Sé que el linaje humano está destinado a retroceder más y más en la noche de los tiempos primitivos, antes de que vuelva a iniciarse la ascensión sangrienta hacia aquello que llamamos la civilización."

Jack London.

lunes, 23 de septiembre de 2013

El corazon tiene sus razones

Foto: "El corazón tiene sus razones, que la razón no entiende. Pero también la inteligencia tiene su manera de amar, como acaso no sabe el corazón." Jose Antonio Primo de Rivera




"El corazón tiene sus razones, que la razón no entiende.
Pero también la inteligencia tiene su manera de amar, como acaso no sabe el corazón."



Jose Antonio Primo de Rivera

domingo, 11 de agosto de 2013

El Conformismo



El conformismo no es una prerrogativa exclusiva de la cultura oficial, se va extendiendo también por las áreas “antagonistas”, cuyos lemas son cada vez más obtusos, retrógrados, moralistas e insulsos, lo que tiene su reflejo en unos comportamientos problemáticos.
Y la caída por el precipicio no se detiene aquí: el conformismo ha hecho su aparición en el panorama histórico, cultural e ideal de ambientes otrora autónomos, trayendo consigo plagios y falsificaciones. (…) Pero lo peor es que a fuerza de sufrir el continuo bombardeo de las culturas enemigas –tanto aquellas que exorcizan y maldicen al fascismo, como aquellas que lo desvalorizan, lo redimensionan y lo desnaturalizan en un intento de apropiarse y explotar nuestro phatos-  también los militantes han acabado por dar crédito a esa patrañas. (…)
Junto al conformismo imperante, asistimos a una decadencia espiritual realmente notable. La lucha ha dejado de entenderse como una prueba y la victoria solo se concibe como un éxito cuantificable en monedas, en absoluto en sentido figurado. Pero la verdadera victoria es la alcanzada sobre uno mismo. (…) Lo que esta sucediendo hoy no es el choque entre sistemas políticos, entre religiones, entre valores, entre modelos; asistimos en verdad a la progresiva extensión de una infección, al avance de una enfermedad que aridece, esclerotiza y acaba por destruir. Una infección, un mal que acomuna un poco a todos: cristianos y musulmanes, judíos y ateos, progresistas y conservadores, subversivos y tradicionalistas, extremistas y moderados.
Gabriele Adinolfi

miércoles, 31 de julio de 2013

En mi cuarto

"En mi cuarto tengo todo el mundo pintado: hombres de cartón, mujeres de trapo, montañas de humo. He puesto todas esas cosas en orden y algunos días de sol todo ello hace muy bonito.Y me quedo en mi cuarto. Y aquello es todo mi mundo y toda mi vida, y cada día hago mis oraciones a los dioses de la casa y escupo sobre la gente que pasa por la calle, bajo mis ventanas, y que no tiene en su casa un pequeño mundo artificial tan gracioso como el mio." 
Giovanni Papini " el hombre que no pudo ser emperador"

El dinero...


lunes, 15 de julio de 2013

La guerra moderna

"El verdadero problema de la guerra ( de la guerra moderna ) es que no te da la oportunidad de matar la gente adecuada"
EZRA

Cernunos

 
Oración a Cernunnos
Dios de lo verde,
Señor del bosque,
Te ofrezco mi sacrificio.
Te pido tu bendición.
Tú eres el hombre en los árboles,
El hombre verde del bosque,
El que trae vida a la primavera naciente.
Tú eres el ciervo en celo,
El que porta cuernos poderosos,
El que vaga en el bosque otoñal,
El cazador rodeando el roble,
Las cornamentas del ciervo salvaje,
Y el alma derramándo sobre
La tierra cada estación.
Dios de lo verde,
Señor del bosque,
Te ofrezco mi sacrificio.
Te pido tu bendición.

domingo, 7 de julio de 2013

La libertad


" Quien en nombre de la libertad renuncia a ser el que tiene que ser, es un suicida en pie. La libertad, como la vida, sólo la merece quien sabe conquistarla todos los días."
Johann W. Goethe

miércoles, 3 de julio de 2013

El hombre

"Al hombre justo y firme en su resolución, ni la furia de los ciudadanos ordenando el mal, ni el rostro de un tirano amenazante lo conmueven ni merman su espíritu, no más que el Auster, jefe turbulento del tempestuoso Adriático, no más que la gran mano de Júpiter fulminante; que el mundo se rompa y se derrumbe, sus restos caerán sobre él sin asustarlo. "

Horacio

martes, 21 de mayo de 2013

DOMINIQUE VENNER PRESENTE

«Sin duda, serán necesarios nuevos gestos, espectaculares y simbólicos, para sacudir las somnolencias». 
Dominique Venner

martes, 14 de mayo de 2013

Del Abstencionismo




“Abstencionismo: Los enemigos del alcohol le hace mal al hígado. Los partidarios del alcohol dicen que el hígado le hace mal al alcohol. Los enemigos del alcohol son personas tristes que piensan en la tristeza del alcoholismo. Los partidarios del alcohol son personas alegres que piensan en la alegría del alcohol. No hay derecho a abominar del alcohol en nombre del espectáculo de los hombres borrachos, como no hay derecho a abominar del sol en nombre del espectáculo de los hombres insolados. En cambio, hay derecho a abominar del abstencionismo en nombre del espectáculo de los hombres abstencionistas, como hay derecho a abominar de las cosas que hacen tontos en nombre del espectáculo de los hombres tontos. La abstención del alcohol puede ofrecer a dos razones: la desgracia personal y la estupidez de los principios. La abstención por desgracia personal es licita, porque es licito renunciar a un placer para defenderse de una desgracia. La abstención por estupidez de los principios es ilícita, porque considerar es ilícito considerar ilícito lo que es licito. El abstencionismo es una especie de religión absurda que participa de la caracteristica común de todas las religiones absurdas: la manía de crear tristeza. Yo puedo crearme un dolor para convertirlo en sacrificio, porque es una manera de alegría; pero no tengo derecho a crear un dolor para procurarme una tristeza, porque la tristeza no tiene nada que ver con la virtud. Yo puedo renunciar al alcohol, como puedo renunciar a las ostras; pero no tengo derecho a crear un pecado para mi vecino, sosteniendo la ilicitud de las ostras o la ilicitud del alcohol.


El abstencionismo tiene por objeto la destrucción de la última alegría del mundo, por la instauración de una virtud ridícula con apariencias  de virtud decente. La virtud ridícula pide una moral indecente, porque la moral de la virtud ridícula reside precisamente en la ausencia de virtudes decentes.”

Ignacio B Anzoátegui

sábado, 20 de abril de 2013

El Espiritu...

“Si uno se lanza sin vigor, siete de cada diez acciones suyas se quedarán cortas. Es sumamente difícil tomar decisiones en estado de agitación. Por el contrario, si lejos de preocuparnos por las consecuencias insignificantes, se abordan los problemas con el espíritu afilado como una navaja, se encuentra siempre la solución en menos tiempo del que se necesita para soplar siete veces”

Nabeshima Naoshige

Resurgir


Como el Fenix resurgirar nuestra estirpe.
Guiada por el Hijo del Sol.

martes, 16 de abril de 2013

La crisis del mundo Moderno



Nos es menester recordar todavía, aunque ya lo hayamos indicado, que las ciencias modernas no tienen un carácter de conocimiento desinteresado, y que, incluso para aquellos que creen en su valor especulativo, éste no es apenas más que una máscara bajo la cual se ocultan preocupaciones completamente prácticas, pero que permite guardar la ilusión de una falsa intelectualidad. Descartes mismo, al constituir su física, pensaba sobre todo en sacar de ella una mecánica, una medicina y una moral; y con la difusión del empirismo anglosajón, se hizo mucho más todavía; por lo demás, lo que constituye el prestigio de la ciencia a los ojos del gran público, son casi únicamente los resultados prácticos que permite realizar, porque, ahí también, se trata de cosas que pueden verse y tocarse. Decíamos que el «pragmatismo» representa la conclusión de toda la filosofía moderna y su último grado de abatimiento; pero hay también, y desde hace mucho más tiempo, al margen de la filosofía, un «pragmatismo» difuso y no sistematizado, que es al otro lo que el materialismo práctico es al materialismo teórico, y que se confunde con lo que el vulgo llama el «buen sentido». Por lo demás, este utilitarismo casi instintivo es inseparable de la tendencia materialista: el «buen sentido» consiste en no rebasar el horizonte terrestre, así como en no ocuparse de todo lo que no tiene interés práctico inmediato; es para el «buen sentido» sobre todo para quien el mundo sensible es el único «real», y para quien no hay conocimiento que no venga por los sentidos; para él también, este conocimiento restringido mismo no vale sino en la medida en la cual permite dar satisfacción a algunas necesidades materiales, y a veces a un cierto sentimentalismo, ya que, es menester decirlo claramente a riesgo de chocar con el «moralismo» contemporáneo, el sentimiento está en realidad muy cerca de la materia. En todo eso, no queda ningún sitio para la inteligencia, sino en tanto que consiente en servir a la realización de fines prácticos, en no ser más que un simple instrumento sometido a las exigencias de la parte inferior y corporal del individuo humano, o, según una singular expresión de Bergson, «un útil para hacer útiles»; lo que constituye el «pragmatismo» bajo todas sus formas, es la indiferencia total al respecto de la verdad.
 

          En estas condiciones, la industria ya no es solo una aplicación de la ciencia, aplicación de la que, en sí misma, ésta debería ser totalmente independiente; deviene como su razón de ser y su justificación, de suerte que, aquí también, las relaciones normales se encuentran invertidas. Aquello a lo que el mundo moderno ha aplicado todas sus fuerzas, incluso cuando ha pretendido hacer ciencia a su manera, no es en realidad nada más que el desarrollo de la industria y del «maquinismo»; y, al querer dominar así a la materia y plegarla a su uso, los hombres no han logrado más que hacerse sus esclavos, como lo decíamos al comienzo: no solo han limitado sus ambiciones intelectuales, si es todavía permisible servirse de esta palabra en parecido caso, a inventar y a construir máquinas, sino que han acabado por devenir verdaderamente máquinas ellos mismos. En efecto, la «especialización», tan alabada por algunos sociólogos bajo el nombre de «división del trabajo», no se ha impuesto solo a los sabios, sino también a los técnicos e incluso a los obreros, y, para estos últimos, todo trabajo inteligente se ha hecho por eso mismo imposible; muy diferentes de los artesanos de antaño, ya no son más que los servidores de las máquinas, hacen por así decir cuerpo con ellas; deben repetir sin cesar, de una manera mecánica, algunos movimientos determinados, siempre los mismos, y siempre cumplidos de la misma manera, a fin de evitar la menor pérdida de tiempo; así lo quieren al menos los métodos americanos que se consideran como los representantes del más alto grado de «progreso». En efecto, se trata únicamente de producir lo más posible; la cualidad preocupa poco, es la cantidad lo único que importa; volvemos de nuevo una vez más a la misma constatación que ya hemos hecho en otros dominios: la civilización moderna es verdaderamente lo que se puede llamar una civilización cuantitativa, lo que solo es otra manera de decir que es una civilización material.

          Si uno quiere convencerse todavía más de esta verdad, no tiene más que ver el papel inmenso que desempeñan hoy día, tanto en la existencia de los pueblos como en la de los individuos, los elementos de orden económico: industria, comercio, finanzas, parece que no cuenta nada más que eso, lo que concuerda con el hecho ya señalado de que la única distinción social que haya subsistido es la que se funda sobre la riqueza material. Parece que el poder financiero domina toda política, que la concurrencia comercial ejerce una influencia preponderante sobre las relaciones entre los pueblos; quizás no hay en eso más que una apariencia, y estas cosas son aquí menos causas verdaderas que simples medios de acción; pero la elección de tales medios indica bien el carácter de la época a la que convienen. Por lo demás, nuestros contemporáneos están persuadidos de que las circunstancias económicas son casi los únicos factores de los acontecimientos históricos, y se imaginan incluso que ello ha sido siempre así; en este sentido, se ha llegado hasta inventar una teoría que quiere explicarlo todo por eso exclusivamente, y que ha recibido la denominación significativa de «materialismo histórico». En eso se puede ver el efecto de una de esas sugestiones a las que hacíamos alusión más atrás, sugestiones que actúan tanto mejor cuanto que corresponden a las tendencias de la mentalidad general; y el efecto de esta sugestión es que los medios económicos acaban por determinar realmente casi todo lo que se produce en el dominio social. Sin duda, la masa siempre ha sido conducida de una manera o de otra, y se podría decir que su papel histórico consiste sobre todo en dejarse conducir, porque no representa más que un elemento pasivo, una «materia» en el sentido aristotélico; pero, para conducirla, hoy día basta con disponer de medios puramente materiales, esta vez en el sentido ordinario de la palabra, lo que muestra bien el grado de abatimiento de nuestra época; y, al mismo tiempo, se hace creer a esta masa que no está conducida, que actúa espontáneamente y que se gobierna a sí misma, y el hecho de que lo crea permite entrever hasta dónde puede llegar su ininteligencia.

          Ya que estamos hablando de los factores económicos, aprovecharemos para señalar una ilusión muy extendida sobre este tema, y que consiste en imaginarse que las relaciones establecidas sobre el terreno de los intercambios comerciales pueden servir para un acercamiento y para un entendimiento entre los pueblos, mientras que, en realidad, tienen exactamente el efecto contrario. La materia, ya lo hemos dicho muchas veces, es esencialmente multiplicidad y división, y por tanto fuente de luchas y de conflictos; así, ya sea que se trate de los pueblos o de los individuos, el dominio económico no es y no puede ser más que el dominio de las rivalidades de intereses. En particular, Occidente no tiene que contar con la industria, ni tampoco con la ciencia moderna de la que es inseparable, para encontrar un terreno de entendimiento con Oriente; si los orientales llegan a aceptar esta industria como una necesidad penosa y por lo demás transitoria, ya que, para ellos, no podría ser nada más, eso no será nunca sino como un arma que les permita resistir a la invasión occidental y salvaguardar su propia existencia. Importa que se sepa bien que ello no puede ser de otro modo: los orientales que se resignan a considerar una concurrencia económica frente a Occidente, a pesar de la repugnancia que sienten hacia este género de actividad, no puede hacerlo más que con una única intención, la de desembarazarse de una dominación extranjera que no se apoya más que sobre la fuerza bruta, sobre el poder material que la industria pone precisamente a su disposición; la violencia llama a la violencia, pero se deberá reconocer que no son ciertamente los orientales quienes habrán buscado la lucha sobre este terreno.

          Por lo demás, al margen de la cuestión de las relaciones de Oriente y de Occidente, es fácil constatar que una de las más notables consecuencias del desarrollo industrial es el perfeccionamiento incesante de los ingenios de guerra y el aumento de su poder destructivo en formidables proporciones. Eso sólo debería bastar para aniquilar los delirios «pacifistas» de algunos admiradores del «progreso» moderno; pero los soñadores y los «idealistas» son incorregibles, y su ingenuidad parece no tener límites. El «humanitarismo», que está tan enormemente de moda, ciertamente no merece ser tomado en serio; pero es extraño que se hable tanto del fin de las guerras en una época donde hacen más estragos de los que nunca han hecho, no solo a causa de la multiplicación de los medios de destrucción, sino también porque, en lugar de desarrollarse entre ejércitos poco numerosos y compuestos únicamente de soldados de oficio, arrojan los unos contra los otros a todos los individuos indistintamente, comprendidos ahí los menos calificados para desempeñar una semejante función. Ese es también un ejemplo llamativo de la confusión moderna, y es verdaderamente prodigioso, para quien quiere reflexionar en ello, que se haya llegado a considerar como completamente natural una «leva en masa» o una «movilización general», que la idea de una «nación armada» haya podido imponerse a todos los espíritus, salvo bien raras excepciones. También se puede ver en eso un efecto de la creencia en la fuerza del número únicamente: es conforme al carácter cuantitativo de la civilización moderna poner en movimiento masas enormes de combatientes; y, al mismo tiempo, el «igualitarismo» encuentra su campo en eso, así como en instituciones como las de la «instrucción obligatoria» y del «sufragio universal». Agregamos también que estas guerras generalizadas no se han hecho posibles más que por otro fenómeno específicamente moderno, que es la constitución de las «nacionalidades», consecuencia de la destrucción del régimen feudal, por una parte y, por otra, de la ruptura simultánea de la unidad superior de la «Cristiandad» de la edad media; y, sin entretenernos en consideraciones que nos llevarán demasiado lejos, señalamos también, como circunstancia agravante, el desconocimiento de una autoridad espiritual, única que puede ejercer normalmente un arbitraje eficaz, porque, por su naturaleza misma, está por encima de todos los conflictos de orden político. La negación de la autoridad espiritual, es también materialismo práctico; y aquellos mismos que pretenden reconocer una tal autoridad en principio le niegan de hecho toda influencia real y todo poder de intervenir en el dominio social, exactamente de la misma manera que establecen un tabique estanco entre la religión y las preocupaciones ordinarias de su existencia; ya sea que se trate de la vida pública o de la vida privada, es efectivamente el mismo estado de espíritu el que se afirma en los dos casos.

          Admitiendo que el desarrollo material tenga algunas ventajas, por lo demás desde un punto de vista muy relativo, cuando se consideran consecuencias como las que acabamos de señalar, uno puede preguntarse si esas ventajas no son rebasadas en mucho por los inconvenientes. Ya no hablamos siquiera de todo lo que ha sido sacrificado a este desarrollo exclusivo, y que valía incomparablemente más; no hablamos de los conocimientos superiores olvidados, de la intelectualidad destruida, de la espiritualidad desaparecida; tomamos simplemente la civilización moderna en sí misma, y decimos que, si se pusieran en paralelo las ventajas y los inconvenientes de lo que ella ha producido, el resultado correría mucho riesgo de ser muy negativo. Las invenciones que van multiplicándose actualmente con una rapidez siempre creciente son tanto más peligrosas cuanto que ponen en juego fuerzas cuya verdadera naturaleza es enteramente desconocida por aquellos mismos que las utilizan; y esta ignorancia es la mejor prueba de la nulidad de la ciencia moderna bajo la relación del valor explicativo, y por consiguiente en tanto que conocimiento, incluso limitado al dominio físico únicamente; al mismo tiempo, el hecho de que las aplicaciones prácticas no son impedidas de ninguna manera por eso, muestra que esta ciencia está efectivamente orientada únicamente en un sentido interesado, que es la industria, la cual es la única meta real de todas sus investigaciones. Como el peligro de las invenciones, incluso de aquellas que no están destinadas expresamente a desempeñar un papel funesto para la humanidad, y que por eso no causan menos catástrofes, sin hablar de las perturbaciones insospechadas que provocan en el ambiente terrestre, como este peligro, decimos, no hará sin duda más que aumentar aún en proporciones difíciles de determinar, es permisible pensar, sin demasiada inverosimilitud, así como ya lo indicábamos precedentemente, que es quizás por ahí por donde el mundo moderno llegará a destruirse a sí mismo, si es incapaz de detenerse en esta vía mientras aún haya tiempo de ello.

      Pero, en lo que concierne a las invenciones modernas, no basta hacer las reservas que se imponen en razón de su lado peligroso, y es menester ir más lejos: los pretendidos «beneficios» de lo que se ha convenido llamar el «progreso», y que, en efecto, se podría consentir designarlo así si se pusiera cuidado de especificar bien que no se trata más que de un progreso completamente material, esos «beneficios» tan alabados, ¿no son en gran parte ilusorios? Los hombres de nuestra época pretenden con eso aumentar su «bienestar»; por nuestra parte, pensamos que la meta que se proponen así, incluso si fuera alcanzada realmente, no vale que se consagren a ella tantos esfuerzos; pero, además, nos parece muy contestable que sea alcanzada. Primeramente, sería menester tener en cuenta el hecho de que todos los hombres no tienen los mismos gustos ni las mismas necesidades, que hay quienes a pesar de todo querrían escapar a la agitación moderna, a la locura de la velocidad, y que no pueden hacerlo; ¿se osará sostener que, para esos, sea un «beneficio» imponerles lo que es más contrario a su naturaleza? Se dirá que estos hombres son poco numerosos hoy día, y se creerá estar autorizado por eso a tenerlos como cantidad desdeñable; ahí, como en el dominio político, la mayoría se arroga el derecho de aplastar a las minorías, que, a sus ojos, no tienen evidentemente ninguna razón para existir, puesto que esa existencia misma va contra la manía «igualitaria» de la uniformidad. Pero, si se considera el conjunto de la humanidad en lugar de limitarse al mundo occidental, la cuestión cambia de aspecto: ¿no va a devenir así la mayoría de hace un momento una minoría? Así pues, ya no es el mismo argumento el que se hace valer en este caso, y, por una extraña contradicción, es en el nombre de su «superioridad» como esos «igualitarios» quieren imponer su civilización al resto del mundo, y como llegan a transportar la perturbación a gentes que no les pedían nada; y, como esa «superioridad» no existe más que desde el punto de vista material, es completamente natural que se imponga por los medios más brutales. Por lo demás, que nadie se equivoque al respecto: si el gran público admite de buena fe estos pretextos de «civilización», hay algunos para quienes eso no es más que una simple hipocresía «moralista», una máscara del espíritu de conquista y de los intereses económicos; ¡Pero qué época más singular es ésta donde tantos hombres se dejan persuadir de que se hace la felicidad de un pueblo sometiéndole a servidumbre, arrebatándole lo que tiene de más precioso, es decir, su propia civilización, obligándole a adoptar costumbres e instituciones que están hechas para otra raza, y forzando a los trabajos más penosos para hacerle adquirir cosas que le son de la más perfecta inutilidad! Pues así es: el Occidente moderno no puede tolerar que haya hombres que prefieran trabajar menos y que se contenten con poco para vivir; como sólo cuenta la cantidad, y como lo que no cae bajo los sentidos se tiene por inexistente, se admite que aquel que no se agita y que no produce materialmente no puede ser más que un «perezoso»; sin hablar siquiera a este respecto de las apreciaciones manifestadas corrientemente sobre los pueblos orientales, no hay más que ver cómo se juzgan las órdenes contemplativas, y eso hasta en algunos medios supuestamente religiosos. En un mundo tal, ya no hay ningún lugar para la inteligencia ni para todo lo que es puramente interior, ya que éstas son cosas que no se ven ni se tocan, que no se cuentan ni se pesan; ya no hay lugar más que para la acción exterior bajo todas sus formas, comprendidas las más desprovistas de toda significación. Así pues, no hay que sorprenderse de que la manía anglosajona del «deporte» gane terreno cada día: el ideal de ese mundo es el «animal humano» que ha desarrollado al máximo su fuerza muscular; sus héroes son los atletas, aunque sean brutos; son esos los que suscitan el entusiasmo popular, es por sus hazañas por lo que la muchedumbre se apasiona; un mundo donde se ven tales cosas ha caído verdaderamente muy bajo y parece muy cerca de su fin.

      No obstante, coloquémonos por un instante en el punto de vista de los que ponen su ideal en el «bienestar» material, y que, a este título, se regocijan con todas las mejoras aportadas a la existencia por el «progreso» moderno; ¿están bien seguros de no estar engañados? ¿es verdad que los hombres son más felices hoy día que antaño, porque disponen de medios de comunicación más rápidos o de otras cosas de este género, porque tienen una vida agitada y más complicada? Nos parece que es todo lo contrario: el desequilibrio no puede ser la condición de una verdadera felicidad; por lo demás, cuantas más necesidades tiene un hombre, más riesgo corre de que le falte algo, y por consiguiente de ser desdichado; la civilización moderna apunta a multiplicar las necesidades artificiales, y como ya lo decíamos más atrás, creará siempre más necesidades de las que podrá satisfacer, ya que, una vez que uno se ha comprometido en esa vía, es muy difícil detenerse, y ya no hay siquiera ninguna razón para detenerse en un punto determinado. Los hombres no podían sentir ningún sufrimiento de estar privados de cosas que no existían y en las cuales jamás habían pensado; ahora, al contrario, sufren forzosamente si esas cosas les faltan, puesto que se han habituado a considerarlas como necesarias, y porque, de hecho, han devenido para ellos verdaderamente necesarias. Se esfuerzan así, por todos los medios, en adquirir lo que puede procurarles todas las satisfacciones materiales, las únicas que son capaces de apreciar: no se trata más que de «ganar dinero», porque es eso lo que permite obtener cosas, y cuanto más se tiene, más se quiere tener todavía, porque se descubren sin cesar necesidades nuevas; y esta pasión deviene la única meta de toda su vida. De ahí la concurrencia feroz que algunos «evolucionistas» han elevado a la dignidad de ley científica bajo el nombre de «lucha por la vida», y cuya consecuencia lógica es que los más fuertes, en el sentido más estrechamente material de esta palabra, son los únicos que tienen derecho a la existencia. De ahí también la envidia e incluso el odio de que son objeto quienes poseen la riqueza por parte de aquellos que están desprovistos de ella; ¿cómo podrían, hombres a quienes se ha predicado teorías «igualitarias», no rebelarse al constatar alrededor de ellos la desigualdad bajo la forma que debe serles más sensible, porque es la del orden más grosero? Si la civilización moderna debía hundirse algún día bajo el empuje de los apetitos desordenados que ha hecho nacer en la masa, sería menester estar muy ciego para no ver en ello el justo castigo de su vicio fundamental, o, para hablar sin ninguna fraseología moral, el «contragolpe» de su propia acción en el dominio mismo donde ella se ha ejercido. En el Evangelio se dice: «El que hiere a espada perecerá por la espada»; el que desencadena las fuerzas brutales de la materia perecerá aplastado por esas mismas fuerzas, de las cuales ya no es dueño cuando las ha puesto imprudentemente en movimiento, y a las cuales no puede jactarse de retener indefinidamente en su marcha fatal; fuerzas de la naturaleza o masas humanas, o las unas y las otras todas juntas, poco importa, son siempre las leyes de la materia las que entran en juego y las que quiebran inexorablemente a aquel que ha creído poder dominarlas sin elevarse él mismo por encima de la materia. Y el Evangelio dice también: «Toda casa dividida contra sí misma sucumbirá»; esta palabra también se aplica exactamente al mundo moderno, con su civilización material, que, por su naturaleza misma, no puede más que suscitar por todas partes la lucha y la división. Es muy fácil sacar la conclusión, y no hay necesidad de hacer llamada a otras consideraciones para poder predecir a este mundo, sin temor a equivocarse, un fin trágico, a menos que un cambio radical, que llegue hasta un verdadero cambio de sentido, sobrevenga en breve plazo.
René Guenon
"La Crisis del mundo moderno"

El Arte Moderno es un Desastre


Liberte....

"Mis principios son los que antes de la Revolución Francesa, cualquier ciudadano comun entendia como sano y normal"
Julius Evola

lunes, 8 de abril de 2013

Relacion con lo Infinito



Para el hombre evolucionado -- la cumbre del perfeccionamiento orgánico en la Tierra -- ¿Qué rama del pensamiento se ajusta mejor que aquella que conquista las más altas y exclusivas facultades humanas? El salvaje primitivo, o simio, simplemente rebusca en la selva para encontrar una compañera; ¡el ario eminente debe elevar sus ojos a los mundos de más allá y considerar su relación con el infinito!

 H.P Lovecraft

Orcos Democraticos




No soy un "demócrata", aunque sólo sea porque igualdad y "humildad" son principios espirituales corrompidos por la intención de mecanizarlos y formalizarlos, con el resultado de que no obtenemos pequeñez y humildad universales, sino universales grandeza y orgullo, hasta que algún Orco se apodere del anillo de poder y entonces recibiremos, como estamos recibiendo, esclavitud.

J.R.R. TOLKIEN


lunes, 1 de abril de 2013

lunes, 4 de marzo de 2013

Nuestra naturaleza esta en la Accion




"Nuestra naturaleza está en la acción. El reposo presagia la muerte"
Séneca

domingo, 3 de marzo de 2013

Ser Aristocrata



Por Fernando Trujillo

“Lo odio no por alemán, sino por aristócrata…….”

Jean-Paul Sartre acerca de Ernest Junger

¿Qué significa ser aristócrata en esta época? Vivimos en una época en la que la aristocracia es una burguesía decadente, en la que ser aristócrata es ser un millonario parasito que vive de los impuestos de un pueblo.
Ser aristócrata significa pertenecer a una burguesía parasitaria, ser parte de una monarquía que sirve de adorno, afiliada a este Sistema decadente. La palabra aristocracia ha perdido su valor y su significado en este mundo neoliberal.
En esta época ser aristócrata significa ser un parasito, un adorno, todo simbolismo y toda tradición guerrera ha sido olvidado. Juan Carlos, el príncipe William, los Borbon, los Windsor y el príncipe Harry que está matando afganos creyendo que vive dentro de un videojuego no representan a la verdadera aristocracia, son dinastías decadentes y producto de este Sistema neoliberal y de esta época oscura. Ninguno de ellos merece el término aristócrata.
La monarquía se ha convertido en un instrumento de este Sistema, un adorno que vive de los impuestos y que nunca han movido un dedo por su pueblo. Ser aristócrata significa salir en las revistas de moda y que tu boda sea televisada en todo el mundo. Pero no eso no es ser aristócrata, eso es ser un burgués, un zángano sin ética y sin nobleza, los aristócratas modernos no saben lo que en verdad es ser aristócrata. No tienen virilidad, ni espíritu guerrero ni nobleza. Todos ellos no son aristócratas, todos ellos son una burguesía moribunda que ha usurpado el término y lo ha tergiversado.
Los verdaderos aristócratas no se encuentran en las familias reales de Europa ni en la clase alta de cualquier país de América. Los aristócratas de espíritu se encuentran dispersos por el mundo, algunos son de clase obrera mientras que otros son de clase media. Muchos de ellos no poseen dinero y grandes bienes materiales pero poseen un espíritu noble, una elegancia y una dignidad que no tienen muchos hombres de clase alta. Ellos han despertado y ven el mundo como un lugar en donde la belleza y el honor han muerto, donde lo mediocre y lo material es la norma.
Ser aristócrata es completamente opuesto a esta decadencia, ser aristócrata es tener porte, nobleza, ética y un sentido de la lucha y la naturaleza. Ser aristócrata en esta época es oponerse al mundo moderno, oponerse a la mediocridad y decadencia de este mundo. Ser aristócrata es mantenerse en pie en un mundo en ruinas. Para ser aristócrata no se necesita nacer en cuna de oro, se nace con este espíritu de fuego, con esta alma ardiendo y con esta conciencia de pertenecer a una raza ajena al hombre mediocre. Ser aristócrata es tener este espíritu guerrero y sentir esa voz en la sangre que nos llama a luchar. Ser aristócrata es tener un espíritu ajeno a esta época, es añorar la época de la espada y la magia, añorar la época de la caballería, de los barbaros paganos, de hombres de porte, del conquistador y el poeta guerrero. El espíritu aristocrático es indo-europeo, es un espíritu de fuego que arde desde nuestro interior, el alma del verdadero aristócrata es un alma mágica ajena a este mundo y a este tiempo llamado modernidad.
Ser aristócrata es pertenecer a esa raza de hombres superiores que se alzaran con autoridad sobre la humanidad después de que occidente tenga un colapso espiritual, tal como lo predijeron Herman Hesse en su libro Damián y Gustav Meyrink en su monumental novela El Rostro Verde.
Ser aristócrata es mantener el porte en esta era tenebrosa, es ante todo lucha y lucha, es pelear constantemente contra el tiempo y contra la vida. Ser aristócrata es ser un alma antigua, un espíritu viejo que está atrapado en la época equivocada pero al mismo tiempo vivimos en este siglo oscuro para luchar y seguir luchando contra el tiempo.
Ser aristócrata es saber que la felicidad no será para nosotros, no existe la felicidad constante, solo son breves instantes ante un mundo triste y moribundo. Ser aristócrata es vivir con una insatisfacción total ante la vida y ante el mundo, nuestro espíritu nunca estará satisfecho, siempre veremos que detrás del mundo hay oscuridad y decadencia y contra lucharemos.
Nuestra vida se resume en luchar, luchar y continuar luchando, solo habrá breves instantes de descanso en los que la melancolía nos abrigara. Ser aristócrata es moverse por este mundo moderno, un mundo sin alma y nauseabundo, un mundo que ha perdido todo e irónicamente cree lo contrario. El heroísmo, el valor, el honor, la nobleza, la elegancia, la belleza todo eso se ha perdido, todo eso está muerto pero aun así seguimos luchando.
Nuestro pesimismo es un pesimismo heroico, continuamos luchando aun sabiendo que todo está perdido, que la decadencia avanza y desde nuestra trinchera espiritual seguimos luchando contra todo. Ser aristócrata es tener el odio de los seres inferiores, la incomprensión del mundo y el desprecio de los seres sin alma. Nadie te comprenderá, todos huirán de ti pero aun así continuamos de pie. Ser aristócrata es avanzar, luchar, no parar hasta conquistar, es combatir, vivir, adentrarse en la locura e insensatez del mundo y sobrevivir. Por último ser aristócrata es ser un espíritu inquieto, lanzarse a la aventura, vivir loco y morir más loco aun. Es saber que al final habrá una valquiria esperándote, la mujer más bella que tus ojos verán. ¿Qué significa ser aristócrata en esta época? Significa lucha eterna hasta que tu espíritu pueda liberarse y alcanzar la Eternidad.

Marzo 2013

sábado, 2 de marzo de 2013

Yo digo lo que pienso...

 Yo digo lo que pienso. Puedo probar hasta qué punto los orgullosos de la libertad pueden tolerar pensamientos libres.

Friedrich Nietzsche

martes, 19 de febrero de 2013

La lección de Mishima


Una de las historias más antiguas conocidas es la de Gilgamesh, el héroe sumerio. Es tan antigua que en la Biblia se habla de él y cuando se escribió el Génesis ya hacia siglos y siglos que la memoria de los sumerios se había borrado del recuerdo de los hombres. Gilgamesh era fuerte, un guerrero joven y poderoso, a nada temía. Pero un día en una de sus aventuras contempló la muerte de su mejor amigo y entonces una sombra terrible se cernió sobre su espíritu que no era el dolor ante la perdida irreparable del camarada, fue el terror a la muerte, a su propia muerte. Perdió la soberbia, desapareció de él la temeraria intrepidez y hasta el deseo sexual se marchitó. De campeón invencible pasó a ser un hombre desesperado y aterrado ante la idea de la muerte. Aconsejado por sus dioses inició la búsqueda de la inmortalidad, en ese afán recuperó el dominio de si mismo y “miró la profundidad de la vida”, aunque desde luego no logró la inmortalidad.

Sin embargo aunque esta historia es hermosa y encierra una sabiduría primigenia y Gilgamesh fuera un héroe para los sumerios y los babilonios y todas aquellas gentes de aquel mundo tan arcaico y lejano no veo nada heroico en Gilgamesh. Y también pienso que Mishima no estaría muy a favor de él y no le hubiera aceptado a pesar de su poderío físico en el Tate No Kai, “la Hermandad de los Escudos”.

El camino de Mishima estaba allí donde nunca llegó Gilgamesh. Mishima poseía esa rara facultad entre los hombres que es “ver la verdad”, que es más y distinto que aquello que decía el poema sumerio con las palabras “miró la profundidad de la vida”.

Mishima quiso fraguar en su propia vida el deber y el honor sin los cuales no existe heroísmo. El hombre que por las noches escribe “las palabras una a una, sopesándolas igual que haría un farmacéutico con sus drogas sobre una balanza sumamente sensible, para después unirlas” en novelas interminables, durante el día se somete a un arduo entrenamiento en el gimnasio siguiendo la disciplina de las artes marciales. Para un hombre así resultaba intolerable la sociedad de la mentira que los vencedores americanos habían impuesto en Japón. Este mundo de los hombres sin verdad es el que hoy perdura no sólo en Japón sino también en Europa.

Vivimos en un mundo artificial donde los hombres que siguen al rebaño se han acostumbrado a tratar con sombras y a sobrevivir con mentiras, por eso advertía Mishima que el Sol sería a partir de entonces considerado por la sociedad un enemigo: “Pero ya desde el fin de la guerra, empece a sospechar que venían tiempos en que tratar el Sol como enemigo, equivaldría a seguir al rebaño”.

Cuando Yukio Mishima irrumpe en un cuartel del ejercito japonés junto con un puñado de sus camaradas del Tate No Kai para recordar a los militares nipones que un hombre no puede aceptar la muerte de su patria a cambio de su vida y que cuando ese hombre viste un uniforme tal infamia es todavía más repugnante y le aleja definitivamente del camino del deber y del honor, no debía guardar muchas esperanzas de que aquellos militares se sumaran a un alzamiento contra el régimen. Tenia pues asumido que aquel acto tendría por final su propia inmolación, era lo que exigía la antigua tradición militar de Japón pero también lo que a él a si mismo se exigía, lo que dictaba el alma de aquel hombre que amaba la verdad.

Ante el llamamiento de Mishima aquello militares japoneses hicieron lo mismo que llevan haciendo los militares españoles desde hace años, muchos años, mientras los políticos tiran a España por la alcantarilla de la historia: nada. Ser militar hoy en España es ser una sombra que viste la sombra de un uniforme. 

Mishima en aquel cuartel fue un héroe, como lo fue general Moscardó mientras escuchaba en el Alcazar a través del teléfono, la voz quebrada de su hijo Luis. Mishima fue un héroe como lo fue José Antonio encerrado y solo, absolutamente solo, entre los muros de la cárcel de Alicante. Respecto a nosotros en estos tiempos, si no somos héroes al menos no formemos parte del rebaño de los hombres sin verdad, sin honor y sin deber.

lunes, 18 de febrero de 2013

ANTI GLOBAL


 
LA GLOBALIZACION ES LA DESTRUCCION DE LA IDENTIDAD, DE LA TRADICION. 
La globalizacion materialista busca destruir las raices de los pueblos y envolverlos en las "libertades democraticas" del NWO.

Todos vamos a comer la misma comida, hablar el mismo idioma, ir al mismo supermercado, vivir en ciudades de asfalto donde nadie se conoce entre si, comunicarnos a traves de realidades virtuales.

Los Estados Unidos, ocupados por una elite mundialista, son la cuna de la globalizacion y de la degradacion cultural.

Ante esto cada pueblo debe oponer sus tradiciones para sobrevivir al Gran Hermano del NWO.

lunes, 11 de febrero de 2013

THE SOUTH WILL RISE AGAIN!



JUAN PABLO VITALI

Quizá porque soy del Sur (del profundo Sur) me llame la atención la historia del Sur de los Estados Unidos de América. Esa cruenta guerra civil, donde se ensayaron los métodos de combate que luego se aplicarían el la Primera Guerra Mundial y en el enfrentamiento ideológico como justificación de todo tal como ocurrió en la Segunda Guerra Mundial.
Las trincheras, el exterminio, el ensañamiento con los vencidos, nos enfoca a una lectura que trasciende los intereses circunstanciales y políticos, para adentrarnos en un choque de concepciones del mundo, una guerra total y en todos los frentes. La mayoría de los que pelearon tanto de un lado como del otro al principio no lo vieron así, incluso muchos dudaron si estar de un bando o del opuesto. Sin embargo como suele ocurrir, es lo que no se puede ver lo que define las cosas, lo que se mantiene en el vértice más alto, inalcanzable. Si no, allí está Abraham Lincoln como ejemplo, un hombre reacio al revanchismo y a la destrucción de la elite sureña, quitado abruptamente de la escena para que tuvieran rienda suelta los radicales, los ultraprogresistas, los que siempre terminan siendo la más eficaz milicia de la usura.

miércoles, 6 de febrero de 2013

ALL YOU NEED IS GUNSSSSSS!

¡CONTRA EL DESARME! DONDE SEA, CUANDO SEA.


MY GUN, MY RIGHT.
MI ARMA, MI DERECHO.

martes, 29 de enero de 2013