lunes, 1 de junio de 2009

¡Roma Invicta! ¡Roma Eterna!

Dedicado a la memoria de ese gran imperio y a sus Cesares, Soldados y hombres que trascendieron la historia con sus actos.








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En cuanto se sentó, le rodearon los conspiradores con pretexto de saludarle; en el acto Cimber Telio, que se había encargado de comenzar, acercósele como para dirigirle un ruego; mas negándose a escucharle e indicando con el gesto que dejara su petición para otro momento, le cogió de la toga por ambos hombros, y mientras exclamaba César: Esto es violencia, uno de los Casca, que se encontraba a su espalda, lo hirió algo más abajo de la garganta. Cogióle César el brazo, se lo atravesó con el punzón y quiso levantarse, pero un nuevo golpe le detuvo. Viendo entonces puñales levantados por todas partes, envolviese la cabeza en la toga y bajóse con la mano izquierda los paños sobre las piernas, a fin de caer más noblemente, manteniendo oculta la parte inferior del cuerpo. Recibió veintitrés heridas, y sólo a la primera lanzó un gemido, sin pronunciar ni una palabra. Sin embargo, algunos escritores refieren que viendo avanzar contra él a M. Bruto, le dijo en lengua griega: ¡Tú también, hijo mío!. Cuando le vieron muerto, huyeron todos, quedando por algún tiempo tendido en el suelo, hasta que al fin tres esclavos le llevaron a su casa en una litera, de la que pendía uno de sus brazos. Según testimonio del médico Antiscio, entre todas sus heridas sólo era mortal la segunda que había recibido en el pecho. Los conjurados querían arrastrar su cadáver al Tíber, adjudicar sus bienes al Estado y anular sus disposiciones; pero el temor que les infundieron el cónsul M. Antonio y Lépido, jefe de la caballería, les hizo renunciar a su designio.

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Sucumbió a los cincuenta y seis años de edad, y fue colocado en el número de los dioses, no solamente por decreto, sino también por unánime sentir del pueblo, persuadido de su divinidad. Durante los juegos que había prometido celebrar, y que dio por él su heredero Augusto, apareció una estrella con cabellera, que se alzaba hacia la hora undécima y que brilló durante siete días consecutivos; creyese que era el alma de César recibida en el cielo, y ésta fue la razón de que se le representara con una estrella sobre la cabeza. Ordenase tapiar la puerta de la sala donde se le dio muerte; llamase parricidio a los idus de marzo y se prohibió que se congregasen los senadores en tal día.

Casi ninguno de sus asesinos murió de muerte natural ni le sobrevivió más de tres años. Fueron todos condenados, pereciendo cada cual de diferente manera; unos en naufragios, otros en combate y algunos clavándose el mismo puñal con que hirieron a César.

Suetonio: "César", en Vidas de los Doce Césares.

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