El conformismo no es una prerrogativa exclusiva de la cultura oficial, se va extendiendo también por las áreas “antagonistas”, cuyos lemas son cada vez más obtusos, retrógrados, moralistas e insulsos, lo que tiene su reflejo en unos comportamientos problemáticos.
Y la caída por el precipicio no se detiene aquí: el
conformismo ha hecho su aparición en el panorama histórico, cultural e
ideal de ambientes otrora autónomos, trayendo consigo plagios y
falsificaciones. (…) Pero lo peor es que a fuerza de sufrir el continuo
bombardeo de las culturas enemigas –tanto aquellas que exorcizan y
maldicen al fascismo, como aquellas que lo desvalorizan, lo
redimensionan y lo desnaturalizan en un intento de apropiarse y explotar
nuestro phatos- también los militantes han acabado por dar crédito a esa patrañas. (…)
Junto al conformismo imperante, asistimos a una
decadencia espiritual realmente notable. La lucha ha dejado de
entenderse como una prueba y la victoria solo se concibe como un éxito
cuantificable en monedas, en absoluto en sentido figurado. Pero la
verdadera victoria es la alcanzada sobre uno mismo. (…) Lo que esta
sucediendo hoy no es el choque entre sistemas políticos, entre
religiones, entre valores, entre modelos; asistimos en verdad a la
progresiva extensión de una infección, al avance de una enfermedad que
aridece, esclerotiza y acaba por destruir. Una infección, un mal que
acomuna un poco a todos: cristianos y musulmanes, judíos y ateos,
progresistas y conservadores, subversivos y tradicionalistas,
extremistas y moderados.
Gabriele Adinolfi
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