Una de las historias más antiguas conocidas es la de Gilgamesh, el héroe sumerio. Es tan antigua que en la Biblia se habla de él y cuando se escribió el Génesis ya hacia siglos y siglos que la memoria de los sumerios se había borrado del recuerdo de los hombres. Gilgamesh era fuerte, un guerrero joven y poderoso, a nada temía. Pero un día en una de sus aventuras contempló la muerte de su mejor amigo y entonces una sombra terrible se cernió sobre su espíritu que no era el dolor ante la perdida irreparable del camarada, fue el terror a la muerte, a su propia muerte. Perdió la soberbia, desapareció de él la temeraria intrepidez y hasta el deseo sexual se marchitó. De campeón invencible pasó a ser un hombre desesperado y aterrado ante la idea de la muerte. Aconsejado por sus dioses inició la búsqueda de la inmortalidad, en ese afán recuperó el dominio de si mismo y “miró la profundidad de la vida”, aunque desde luego no logró la inmortalidad.
Sin embargo aunque esta
historia es hermosa y encierra una sabiduría primigenia y Gilgamesh
fuera un héroe para los sumerios y los babilonios y todas aquellas
gentes de aquel mundo tan arcaico y lejano no veo nada heroico en
Gilgamesh. Y también pienso que Mishima no estaría muy a favor de él y
no le hubiera aceptado a pesar de su poderío físico en el Tate No Kai,
“la Hermandad de los Escudos”.
El camino de Mishima
estaba allí donde nunca llegó Gilgamesh. Mishima poseía esa rara
facultad entre los hombres que es “ver la verdad”, que es más y distinto
que aquello que decía el poema sumerio con las palabras “miró la
profundidad de la vida”.
Mishima quiso fraguar en
su propia vida el deber y el honor sin los cuales no existe heroísmo. El
hombre que por las noches escribe “las
palabras una a una, sopesándolas igual que haría un farmacéutico con
sus drogas sobre una balanza sumamente sensible, para después unirlas”
en novelas interminables, durante el día se somete a un arduo
entrenamiento en el gimnasio siguiendo la disciplina de las artes
marciales. Para un hombre así resultaba intolerable la sociedad de la
mentira que los vencedores americanos habían impuesto en Japón. Este
mundo de los hombres sin verdad es el que hoy perdura no sólo en Japón
sino también en Europa.
Vivimos
en un mundo artificial donde los hombres que siguen al rebaño se han
acostumbrado a tratar con sombras y a sobrevivir con mentiras, por eso
advertía Mishima que el Sol sería a partir de entonces considerado por
la sociedad un enemigo: “Pero
ya desde el fin de la guerra, empece a sospechar que venían tiempos en
que tratar el Sol como enemigo, equivaldría a seguir al rebaño”.
Cuando
Yukio Mishima irrumpe en un cuartel del ejercito japonés junto con un
puñado de sus camaradas del Tate No Kai para recordar a los militares
nipones que un hombre no puede aceptar la muerte de su patria a cambio
de su vida y que cuando ese hombre viste un uniforme tal infamia es
todavía más repugnante y le aleja definitivamente del camino del deber y
del honor, no debía guardar muchas esperanzas de que aquellos militares
se sumaran a un alzamiento contra el régimen. Tenia pues asumido que
aquel acto tendría por final su propia inmolación, era lo que exigía la
antigua tradición militar de Japón pero también lo que a él a si mismo
se exigía, lo que dictaba el alma de aquel hombre que amaba la verdad.
Ante
el llamamiento de Mishima aquello militares japoneses hicieron lo mismo
que llevan haciendo los militares españoles desde hace años, muchos
años, mientras los políticos tiran a España por la alcantarilla de la
historia: nada. Ser militar hoy en España es ser una sombra que viste la
sombra de un uniforme.
Mishima
en aquel cuartel fue un héroe, como lo fue general Moscardó mientras
escuchaba en el Alcazar a través del teléfono, la voz quebrada de su
hijo Luis. Mishima fue un héroe como lo fue José Antonio encerrado y
solo, absolutamente solo, entre los muros de la cárcel de Alicante.
Respecto a nosotros en estos tiempos, si no somos héroes al menos no
formemos parte del rebaño de los hombres sin verdad, sin honor y sin
deber.
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